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miércoles, 18 de mayo de 2011

Desde Chile : Oraci´´on en Santa Elena Comuna de las condes

Padre Bueno, Santo Dios,
hoy bendecimos tu nombre
en esta tierra que busca tu luz
te damos gracias, Señor

Te damos gracias por tu Hijo Jesús
y por tu Apóstol Juan Pablo,
en este Chile que busca tu luz
te damos gracias, Señor.

Mensajero de la Vida,
peregrino de la Paz,
danos el pan de la Palabra,
el pan de la Esperanza, el pan de la Verdad

Mensajero de la Vida,
peregrino de la Paz,
vamos juntando nuestras manos
cantando como hermanos un canto de unidad.

Padre bueno, Santo Dios,
danos tu Espíritu Divino,
Él nos ayude a construir
nuestra reconciliación.

Santa María, Madre de Dios,
Virgen del Norte y del Sur,
Oye a tus hijos, únete a su voz,
escucha nuestro clamor.

Que Pasa Cuando morimos: El misterio

El evangelio narra una disputa entre Jesús y los saduceos sobre la resurrección de los muertos, tema sumamente importante.

Y brota la pregunta crucial del ser humano: ¿qué pasa después de la muerte? ¿Todo termina en el cementerio? ¿Hay otra vida después de esta?

Podemos decir que el hombre de todos los siglos y de todas las culturas siempre anidó en su corazón la esperanza de una “otra vida”. Sería una clase de instinto espiritual, que sostiene que Dios nos tiene preparado algo mucho mejor de lo que vivimos en este mundo.


Un análisis racional tiende a confirmar esta impresión, si nos damos cuenta de la abundancia de vida que hay en la naturaleza, la hermosura de la creación, la increíble habilidad de los animales y todos los mecanismos que señalan a una mano poderosa y amorosa que lo ha creado todo: hay una profusión de vida, belleza y alegría.



Sin embargo, la visión de fe es más confiable, a más de presentar un elemento decisivo: esta visión me toca a mí y compromete mi vida.



La Buena Nueva de hoy proclama: “Dios no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para El”.

Y tenemos el testimonio trascendental de Jesucristo, que murió en la cruz y resucitó al tercer día. El también afirmó: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11), así como iría a resucitar a los que han creído en él (Jn 5) y han comulgado su cuerpo y sangre (Jn 6).



Nuestro credo católico declara solemnemente: “CREO EN LA RESURRECCION DE LA CARNE”. Entendemos que la palabra “carne” se refiere a la persona toda, en su dimensión biológica, psicológica y espiritual. Nadie sabe “cómo” se dará esto, pero estamos felizmente seguros del hecho.



Esperar la resurrección de la carne y de los muertos tiene que llenarnos de júbilo, pues de un lado, nuestros seres queridos, que ya partieron, están con el Dios de los vivientes, e interceden por nosotros como entrañables amigos.



De otro lado, esta fe ha de colmarnos de esperanza, pues este también es nuestro futuro: sentarnos en la mesa del banquete y disfrutar para siempre de la risueña compañía de nuestro Creador y Redentor.



Sin embargo, antes está la responsabilidad del presente, que es vivir como personas resucitadas desde hoy, abandonando las macanas del “hombre viejo” y las tramoyas de la “vieja bruja”.



En nuestro bautismo ya está la semilla de esta resurrección, que hemos de alimentar en la Eucaristía de todos los domingos.