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martes, 22 de febrero de 2011

Los Mandamientos

Queridos Franciscanos de María, la palabra de vida de la semana próxima nos invita a examinar nuestra conciencia para ver si estamos haciendo el bien posible o si simplemente nos conformamos con no hacer el mal, con cumplir los mínimos establecidos en los diez mandamientos. Os propongo este examen:

1º, 2º y 3º mandamiento: Además de ir a Misa el domingo, no jurar en falso y no blasfemar –el mínimo, que estoy seguro de que todos cumplís-, habría que ver si rezamos todos los días al menos 15 minutos, más el Rosario; también habría que ver cuánto tiempo hace de la última confesión (tendría que hacerse al menos una vez al mes si no hay pecado mortal que obligue a hacerla antes); luego está la Misa diaria (si no se puede todos los días, al menos hay que proponerse ir varias veces por semana). Dentro de este examen entraría también la defensa de Dios, de la Virgen, de los santos y de la Iglesia (incluidos sus ministros) cuando son injuriados. Así mismo, estaría en este grupo el apostolado (podríamos preguntarnos cuándo fue la última vez que hablamos a alguien de dios o le invitamos a ir a un grupo).

4º mandamiento: Además de no faltarle el respeto a los padres –el mínimo-, hay que plantearse si les estamos dando el cariño que necesitan y también la ayuda económica, en función de nuestras posibilidades pero también en función de sus necesidades. Lo mismo habría que plantearse con el resto de la familia, empezando por los que viven con nosotros: esposa-esposo, hijos, abuelos; ¿están contentos con nosotros o se suelen quejar de que somos egoístas, de que no escuchamos, de que vamos a lo nuestro, de que tenemos mal carácter?

5º mandamiento: Además de no matar, cosa que ninguno de nosotros hace, tenemos que preguntarnos si defendemos la vida. Por ejemplo, si apoyamos las organizaciones que la defienden cuando se nos pide ayuda con una firma, una manifestación o una ayuda económica. Aquí entra también la cuestión de la limosna, para los pobres y para la Iglesia. Deberíamos irnos acostumbrando a que tenemos que dar el diezmo, siempre lógicamente que podamos hacerlo sin grave quebranto de nuestra economía; ese diezmo debería ser repartido entre las distintas asociaciones que nos piden ayuda, empezando por la Iglesia. Defender la vida es también ayudar a los que están desesperados –por ejemplo ancianos que están solos- y ahí entra el voluntariado social en sus diferentes manifestaciones.

6º y 9º mandamiento: El mínimo es no cometer actos impuros, ni de obra ni de pensamiento. Pero además de esto debemos examinar nuestra conciencia sobre el uso de la televisión y de otros medios de comunicación, sobre las relaciones que, sin ser en sí pecaminosas, pueden dar mal ejemplo o pueden ponernos en riesgo de pecar. Conviene aplicar siempre aquella vieja máxima de que el que evita la tentación evita el pecado.

7º mandamiento: El mínimo es no robar, pero debemos aspirar a mucho más. Ya hemos visto la cuestión de la limosna, por lo que aquí podríamos examinar nuestra conciencia sobre el cumplimiento de nuestro deber, sobre la forma de tratar a nuestros compañeros o a los que están a nuestras órdenes. ¿están ellos contentos con nosotros o nos consideran unos tiranos que, incluso llevando razón, no saben decir las cosas de buena manera? Además está la cuestión del salario justo a los que dependen de nosotros. Y también la del uso del dinero, evitando siempre el derroche porque hay muchísimos que pasan necesidad.

8º mandamiento: Nos pide que no digamos mentiras ni calumnias. Las calumnias son espantosas. Es como matar a alguien o incluso es peor, pues el daño que se puede hacer con una calumnia deja a una persona convertida en un muerto viviente. También este mandamiento nos manda no caer en la maledicencia, que es decir algo verdadero sobre alguien pero que no es necesario decir y que le hace daño. Estos son los mínimos, que por desgracia muchos no cumplen. Además habría que evitar la crítica innecesaria, el chismorreo, la atrición a los otros de supuestos defectos que nos parece que tienen Deberíamos pensar, antes de habar, qué nos parecería si lo que decimos de los demás lo dijeran de nosotros. Un consejo: huid de las personas chismosas; quizá hoy están hablando de otro y te hace gracia, pero en cuanto te des la vuelta van a hablar mal de ti.

10º mandamiento: El mínimo es no tener avaricia y no ser ambiciosos, evitando sobre todo hacer daño al prójimo por envidia. Para alegrarnos con su bien, lo mejor es rezar y darle gracias a Dios porque nuestro hermano está siendo muy afortunado o tiene algo que a nosotros nos gustaría tener. En cuanto a la ambición, es legítima en cierto aspecto, pues no es nada malo desear la prosperidad; el problema está en los métodos que se emplean. En cualquier caso, lo mejor es recordar e intentar practicar el salmo 130: “Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre”. A veces Dios castiga a los ambiciosos dándoles lo que desean y luego están todo el resto de su vida lamentándose por ello.

Este es un esquema de examen de conciencia que no lo abarca todo. Queda, por ejemplo, la cuestión del perdón e incluso del amor al enemigo. Pero eso lo veremos otro día.

En cuanto al tema de formación de esta semana, nos fijamos en la humildad de María, cuando llegó a Belén y no encontró sitio ni para ella ni para el Niño Dios que había de nacer. No se enfadó, sino que aceptó el misterio de Dios. Así debemos hacer nosotros cuando las cosas no salgan según nuestros planes.

Este jueves saldré para América. Empezaré por Colombia donde, si Dios quiere, será ordenado diácono uno de nuestros seminaristas, Benjamín, que va a trabajar en la parroquia de Madrid. Os pido oraciones por este viaje y en especial por este joven que da un paso tan importante en su vida.

Que Dios os bendiga.

viernes, 18 de febrero de 2011

“El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga.

En aquel tiempo, Jesús llamó a la multitud y a sus discípulos y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y

por el Evangelio, la salvará.

¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras ante esta gente, idólatra y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre, entre los santos ángeles”.

Y añadió: “Yo les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto primero que el Reino de Dios ha llegado ya con todo su poder”.