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jueves, 14 de octubre de 2010

Madre del Santo Recuerdo

Madre del Santo Recuerdo
que nunca podré olvidar.
Virgen que, como un lucero,
me alumbras desde ese altar.
Bajo tu manto sagrado
mi madre aquí me dejó.
Señora, ya eres mi Madre:
No me abandone tu amor. (2)
Hoy soy tu hijo, hoy yo te adoro,
hoy te prometo perenne fe.
Pero mañana, dentro de un año,
dentro de veinte. ¡Ay! ¿Te querré?
Estrella salvadora es, Madre, tu semblante.
Mísero navegante, naufragaré sin Ti.
Aunque la mar del mundo con zozobrante quilla
surcare mi barquilla,
acuérdate de mí. (3)
Aunque avance rugiente la tormenta
y en mi mástil ya gima el huracán,
feliz con tu recuerdo soberano
desafío las olas de la mar.
Me arrollarán, quizás, entre su espuma.
Mas negar que me amaste y que te amé,
negar que fui tu hijo y que en tus brazos
se pasó como un sueño mi niñez,
eso nunca lo haré, Madre querida.
Eso nunca, nunca lo haré.
Eso nunca lo haré, Madre querida.
Eso nunca, nunca lo haré.

En el mismo establecimiento educacional español, se usa el siguiente Poema de despedida, que a mi trae también gratos recuerdos

Dulcísimo recuerdo de mi vida,
bendice a los que vamos a partir...
¡Oh Virgen del Recuerdo dolorida,
recibe Tú mi adiós de despedida,
y acuérdate de mí!
Lejos de aquestos tutelares muros,
los compañeros de mi edad feliz
no serán a tu amor jamás perjuros:
¡mantendrán sus corazones puros,
se acordarán de ti!
Mas siento al alejarme una agonía,
cual no la suele el corazón sentir...
En palabras de niño,
¿quién confía?
Temo... no sé qué temo,
Madre mía,
por ellos y por mí.
Dicen que el mundo es un Jardín ameno,
y que áspides oculta ese Jardín...
Que hay frutos dulces de mortal veneno;
que el mar del mundo está de escollos lleno...
¿Y por qué estará así?
Dicen que por el oro y los honores
hombres sin fe, de corazón ruin,
secan el manantial de sus amores
y a su Dios y a su patria son traidores.
¿ Por qué serán así?
Dicen que de esta vida los abrojos
quieren trocar en mundanal festín;
que ellos motivan tus enojos,
y que ese llanto de tus dulces ojos
lo causan ellos, sí.
Ellos, ¡ ingratos !, de pesar te llenan...
¿ Seré yo también sordo a tu gemir ?
¡ No! ... Yo no quiero frutos que envenenan,
no quiero goces que a mi Madre apenan,
¡ No quiero ser así!
En los escollos de esta mar bravía
yo no quiero sin gloria sucumbir;
yo no quiero que llores por mí un día,
No quiero que me llores, Madre mía...,
¡ No quiero ser así !
Y mientras yo responda a tu reclamo,
mientras me juzgue con tu amor feliz,
y ardiendo en este afecto en que me inflamo
te diga muchas veces que te amo,
¿ Te olvidarás de mí ?
¡Ah, no, dulce recuerdo de mi vida
!Siempre que luche en peligrosa lid,
siempre que llore mi alma dolorida,
al recordar mi adiós de despedida,
Te acordarás de mí.
Y en retorno de amor y fe sincera,
jamás sin tu recuerdo he de vivir:
tuya será mi lágrima postrera...¡
Hasta que muera, Madre, hasta que muera
me acordaré de Ti
!Tú, en pago, Madre, cuando llegue el plazo
de alzar el vuelo al celestial confín
estrechándome a Ti con dulce abrazo,
no me apartes jamás de tu regazo,
no me apartes de Ti.
Julio Alarcón, S.J.
Rector de Chamartín, 1884

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