La figura de San Juan Bautista, debe ser para nosotros un punto de referencia a la hora de hacer amar al Amor. Dos cosas merecen la pena destacar de él. La primera, su humildad. La segunda, su trabajo incansable en “allanar el camino al Señor”.
Sobrino de la Virgen e hijo de aquella mujer humilde –Santa Isabel- que le dijo a María: “¿Cómo es que viene a mí la Madre de mi Señor?”, Juan fue realmente un modelo de humildad. Como decimos en España, “de casta le viene al galgo”. Lo llevaba en los genes y lo puso en práctica. ¿Cómo practicar esa humildad hoy, por ejemplo en lo referente a la evangelización? Pongamos el ejemplo de lo que ha sucedido esta semana: un obispo argentino ha tenido que dimitir porque se han descubiertos sus amores con una señora, un sacerdote norteamericano ha sido condenado a la cárcel por haber encubierto a pederastas, el Vaticano sigue siendo noticia por la cuestión de la filtración de los documentos reservados…… Podría parecer que con esas circunstancias es imposible evangelizar. ¿Cómo vamos a decir: “¡Ven a la Iglesia Católica!”, cuando está pasando todo esto? Y, sin embargo, hay que decirlo y hay que hacerlo como quizá siempre debió ser dicho. Porque hoy no podemos presumir de ser “perfectos”, pero sí podemos presumir de que Cristo es perfecto y de que aquí, en la Iglesia católica, está Cristo y sólo aquí se le puede encontrar en su plenitud. Siempre me acuerdo de un pasaje evangélico que me parece no sólo precioso sino utilísimo; es cuando se estaba yendo la gente de al lado de Jesús porque se acercaba la hora de la Pasión; en ese momento, el Señor preguntó a los apóstoles: “¿También vosotros queréis marcharos?” y San Pedro respondió: “¿A dónde vamos a ir, Señor, si solo tú tienes palabras de vida eterna?”. Yo creo que eso es lo que tenemos que hacer y lo que debe ser la base de nuestra evangelización ahora: Hablar de Cristo, de cómo Él y sólo Él es quien tiene palabras y comida de vida eterna. Si en otra época hemos podido mostrarnos espléndidos, como si fuera un espectáculo de santidad en las personas y de perfección en las obras, hoy no es el momento para los triunfalismos sino para la humildad. Debemos decir, como San Pablo, yo no me predico a mí mismo sino a Cristo y a Cristo crucificado. Hablemos, pues, de Cristo. Que Él sea el protagonista de nuestra evangelización, pues Él es el valor primero y sólo Él es quien nos atrae a todos y nos mantiene a su lado a todos, pues ¿a dónde vamos a ir si nos alejamos de Él?.
La segunda lección es la del trabajo incansable por “allanar el camino al Señor”. Con frecuencia cosechamos hostilidad y, sobre todo, indiferencia. Eso nos desanima y nos lleva a pensar que no merece la pena tanto esfuerzo para tan pocos frutos. Esta es una forma pagana, atea, de ver las cosas. Nuestra obligación no es cosechar, sino sembrar. Ya cosechará Dios cuando llegue la hora. Aunque sean otros los que recojan, lo importante es que Jesús sea conocido y amado. Creo que la crisis de la Iglesia de nuestra época –con tantos escándalos que ahora afloran y que proceden de años atrás, cuando todo parecía perfecto y éramos triunfalistas-, puede ser parecida a la crisis económica; estamos pagando los abusos del pasado, pero podemos aprovechar esta situación para sentar las bases para un nuevo crecimiento. Hace falta volver a Dios con humildad, con humildad personal –reconociéndonos pecadores- y con humildad colectiva. Hace falta volver al “amor primero”, a aquella pasión que tenía la Santísima Virgen, San Juan, los apóstoles, los mártires, por Cristo. Tenemos que despojarnos de todo lo que es accidental, superficial y sobre todo pecaminoso, para poner al Señor en el primer lugar de nuestra vida, y entonces todo lo demás se nos dará por añadidura.
Que Dios sea el primero, como lo fue para la Virgen y para San Juan. Trabajemos, con humildad, para que a todos les pase lo mismo.
El sábado, si Dios quiere, será ordenado sacerdote el p.Felipe. estaré a su lado, representándoos a todos. Os pido oraciones por él y por los demás muchachos que están en nuestro seminario.
Que Dios os bendiga.
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